Negro como un pueblo guerrero y resiliente, mi corazón es negro como la oscuridad de la noche hacia la libertad tras siglos de esclavitud.
Soy una mujer afrodescendiente de piel clara, cabello rizado o lizo, pero afro; de labios y nariz gruesos o fileños, pero afro.
Mis raíces negras, más allá de los mestizajes de mis antepasados de los que soy producto vivo, y de la melanina que cubre cada centímetro de mi piel, la sociedad, negros y blancos, me señala como un tercero que no pertenece a ninguno de estos dos grupos. Porque a pesar de que en pleno siglo XXI el ser humano ha logrado alcanzar las estrellas, la majestuosidad de sus actos se empequeñece frente a los limites sociales que él mismo hombre impone.
El colorismo, otra de las tantas formas de discriminación respecto a la raza, o más bien, la idea que se tiene sobre este concepto, y las diversas tonalidades de la piel, ha sido un mecanismo divisor de aceptación e invalidación social durante siglos. Sobre ello, la periodista Cindy Pérez Villadiego señala que: “El código colorista establece que cuanto más “blanco” sea el color de la piel, mayor es la probabilidad de que alguien sea candidato a los privilegios de la blanquitud”.
El problema, más allá de los dilemas individuales que presenta una mujer afrodescendiente por poseer una tez clara frente a los señalamientos sobre su mestizaje, radica en otras problemáticas como el racismo, segregación y exclusión:extremismos y radicalismos que siguen separando a hombres y mujeres según los grupos sociales a los que pertenecen, y,aun así, sostienen una moralidad inequívoca al vanagloriarse como abanderados de la igualdad.
No, no somos iguales, y aunque todos, sin importar religión, estrato social, raza, sexo o sexualidad, debemos tener garantías frente a una igualdad de derechos, las diferencias, siempre y cuando sean toleradas, respetadas y validadas, hacen de la sociedad un lugar óptimo para coexistir. Sin embargo, esta no es nuestra realidad.
El color de piel, símbolo de identidad para muchos, y aspecto irrelevante para otros, puede ser un gran diferenciador y detonante de circunstancias de vida y realidades sociales. En 2010, Shankar Vedantam, autor deThe Hidden Brain, declara al The New York Times que:
Docenas de estudios de investigación han demostrado que el tono de la piel y otras características raciales juegan un poderoso papel en quién triunfa y en quién no. Estos factores determinan, de forma regular, quién es contratado, quién es condenado y quién es elegido(Vedantam, 2010).
La idea social de una mujer negra: curvilínea de caderas anchas, tez oscura (a pesar de la gran variedad de tonos de piel), pelo “malo”, labios gruesos y el estigma de fuerza innata, en un sentido amplio de la palabra, invisibiliza la existencia de la diversidad de las comunidades afrodescendientes.
Con el corazón negro, satanizado y estigmatizado;afrodescendientes, blancos y mestizos: la sociedad en general, más allá de los tonos de su piel, de los sesgos e ideologías, raíces y procedencias, tenemos el deber de cambiar las narrativas que hoy nos separan, por nuevos relatos lejos de la victimización, auto discriminación y de todas aquellas palabras y actos que minimizan el gran amor que puede poseer un corazón negro: bueno, bello, resiliente y negro.